Los aditivos alimentarios están presentes en mucho de lo que comemos y sin embargo no sabemos gran cosa de ellos. Los identificamos porque aparecen nombrados con la letra E y un número en las etiquetas nutricionales y suponemos que cuantos menos tenga un alimento, más sano será.
Pero hay mucho más que saber de los aditivos alimentarios: qué son exactamente, para qué se usan y por qué y cómo está regulado su uso.
Aditivos: ¿qué son exactamente?
Los aditivos alimentarios son sustancias que, sin ser consideradas ingredientes, se añaden a los alimentos, no por su valor nutricional sino porque ayudan a mejorar o mantener las propiedades que hacen apetecible y seguro un alimento: su frescura, su color, su sabor, su textura, su aspecto...
Todos los aditivos se identifican con la letra E y un número, y es con esa denominación como son autorizados por la Unión Europea. Sin embargo, pueden tener otros nombres, e incluso más de uno, y esto se utiliza a menudo con fines publicitarios para manipular a los consumidores.
Por ejemplo, el aditivo E-300 recibe también el nombre de ácido ascórbico. Para cualquiera con fijación por los alimentos naturales y sin aditivos, encontrar esto en el etiquetado de un alimento puede resultar en una compra menos. Pero, ¿y si lo llamamos vitamina C? Suena mejor, ¿no? Pues son o mismo. Ácido ascórbico es el nombre científico de la vitamina C, y E-300, su denominación oficial.
Por eso conviene no dejarse llevar por el alarmismo y la quimiofobia e investigar qué hay detrás de esa numeración y denominación.
¿De dónde salen los aditivos?
Los aditivos alimenticios pueden tener distintos orígenes.
Algunos provienen de animales. Es el caso, por ejemplo, del ácido carmínico (E-120), un aditivo cuyo uso ha disminuido mucho en los últimos años que se empleaba como colorante rojo. Se extraía de un insecto, la cochinilla. El glutamato monosódico (E-621), el ácido láctico (E-270) o la lecitina (E-322) son más ejemplos de aditivos de posible origen animal, aunque muchos de ellos se pueden sintetizar también en el laboratorio.
Otros provienen de plantas. Siguiendo dentro de los colorantes, es el caso de la curcumina (E-100), un colorante amarillento y de sabor un poco amargo que se extrae de la cúrcuma, una raíz similar al jengibre, aunque también se puede sintetizar en el laboratorio. La clorofila (E-140), el ácido algínico (E-400) o el glicósido de esteviol (E-960) son otros ejemplos.
Conocer la procedencia de los aditivos es de ayuda para los veganos que tratan de evitar absolutamente cualquier producto de origen animal. Para ellos, aquí hay una lista de aditivos de origen vegetal o sintéticos.
¿Por qué se usan aditivos en los alimentos?
El uso de aditivos alimentarios está muy denostado entre los defensores de mantener una alimentación estrictamente natural (cosa a día de hoy absolutamente imposible, ¿o es que crees que la manzanas ecológicas que puedes adquirir en tu tienda de confianza se parecen en algo a las manzanas que crecen silvestres en la naturaleza?). Sin embargo, hay buenos motivos para utilizarlos.
Por un lado, algunos aditivos se utilizan porque ayudan a mantener las propiedades de los alimentos durante más tiempo, de forma que los hacen más baratos y accesibles para gente con recursos limitados, ayudando a que todo el mundo pueda llevar una alimentación más variada sea cual sea su situación económica.
Por otro lado, muchos alimentos nos entran por los ojos y después por el paladar, y algunos aditivos son necesarios para esa entrada porque dan a los alimentos un aspecto o textura que consideramos más apetecible.
Por ejemplo, una mermelada de fresas tiene naturalmente un color marrón que a la mayoría de los consumidores no les resultaría en absoluto atractivo. Por eso se añaden a estas conservas colorantes que aportan el color rojo rosado que asociamos con las fresas. Ocurre lo mismo con muchos otros productos y su color o su textura.
¿Son seguros los aditivos alimentarios?
Los aditivos pasan estrictos controles de seguridad antes de ser aprobados por la EFSA, la agencia europea de seguridad alimentaria, que a la hora de tramitarlos determina en qué cantidades y circunstancias se pueden emplear dentro de su territorio.
La cantidad máxima permitida es la clave para responder a esta pregunta porque, una vez más, el veneno está en la dosis. Cualquier sustancia puede pasar de inocua a peligrosa si se consume en dosis muy elevadas. Siempre que se mantengan dentro de las dosis diarias recomendadas, los aditivos alimentarios son perfectamente seguros.
Por otro lado, en el caso de algunos aditivos como los antioxidantes y los conservantes, el riesgo que pueda suponer su consumo debe contraponerse al riesgo que supondría no utilizarlos.
Por ejemplo: el uso de antioxidantes como las sales de nitritos y nitratos en las conservas vegetales evita el desarrollo de una bacteria llamada Clostridium botulinum, responsable de una grave intoxicación llamada botulismo. Se sabe que esos aditivos son potencialmente tóxicos si se sobrepasa una cantidad o si el alimento es sometido después a algunos procesos de asado u horneado, pero el riesgo siempre será menos que el de no utilizarlos en absoluto.
Como conclusión: los aditivos son sustancias seguras siempre que se cumplan las recomendaciones de las autoridades alimentarias, y son necesarios para que muchos alimentos sean accesibles, apetecibles y sanos. Para todas aquellas personas que aun así prefieran evitarlos, la clave está en evitar los alimentos precocinados o procesados.
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