El control del peso es una de las razones por las que las personas comienzan a ir al gimnasio ya sea por motivos de salud o estéticos, lo cual es completamente lícito. El problema viene cuando ponemos todas nuestras esperanzas en el hecho de apuntarnos al gimnasio y la báscula en lugar de bajar, sube. En este artículo te explicamos qué puede estar pasando.
Calorías que entran y calorías que salen
Para perder peso y/ o grasa hay que crear un déficit calórico ya sea a través de un recorte en la ingesta habitual de calorías o a través de un aumento del gasto calórico.
No todo el mundo sigue una dieta planificada con control de raciones o gramajes por lo que si quieren perder peso deben confiar en el gasto calórico adicional que están haciendo ahora que han empezado a ir al gimnasio.
Esto suena bien, pero hay un problema, y es que el cuerpo tiene unos sistemas de regulación de energía muy sofisticados y perfeccionados a lo largo de milenios de evolución. Esto significa que probablemente, y de forma inconsciente, el gasto calórico adicional se compense con una ingesta directamente proporcional de calorías. Este tipo de adaptaciones también se dan cuando una persona pierde peso y se estanca, no por la ingesta de calorías, no por una ralentización del metabolismo (eso no existe), sino porque ante una menor disponibilidad energética la persona tiende a moverse cada vez menos y su NEAT se reduce.
Está claro que esto no sucede en todas las personas, sobre todo en aquellas más comprometidas con el proceso de pérdida de peso, pero es un fenómeno fisiológico bastante habitual.
Retención de líquidos y glucógeno muscular
Esta causa es la más probable y la que va a darse sí o sí en todas las personas. Cuando entrenamos, y sobre todo si somos novatos y es la primera vez, se incrementa la expresión de unas proteínas transportadoras de glucosa, en concreto GLUT4 (glucose transporter type 4). Esto se produce inducido por la contracción muscular al someterse a una sobrecarga mecánica o resistencia externa.
Estos transportadores GLUT4 favorecen el movimiento de glucosa desde la sangre a los tejidos diana pertinentes, que pueden ser los adipocitos, el miocardio o en este caso, el músculo. Esta mayor captación de glucosa por parte del músculo aumenta el almacenamiento de glucógeno en el mismo. El glucógeno no es más que el nombre que se le da a la glucosa almacenada en el.
Así pues, el entrenamiento con pesas aumenta el almacenamiento de glucógeno, lo que en sí mismo ya puede suponer una ganancia de peso puesto que una persona con una masa muscular media puede llegar a almacenar unos 400 gramos de glucógeno muscular. Pero es que además, el glucógeno para almacenarse arrastra de 2 a 3 gramos de agua por lo que la cifra anterior puede multiplicarse por dos o por tres dándonos una subida de peso de alrededor de un kilo.
Todo esto sumado a la posible mayor ingesta de calorías puede darnos unas cifras en báscula suficientes para llevarnos las manos a la cabeza. Este es el problema de basar el progreso en el número de la báscula y no en lo que vemos en el espejo o en nuestras mejores sensaciones tanto en el gimnasio como en nuestra vida en general.
Imágenes | iStock
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