El debate sobre las vacunas no deja de hacerse más duro y turbio cada día que pasa. Hace unas semanas, se descubría que una enfermera 'antivacunas' fingió vacunar a cientos de niños cuando en realidad no era así. En lugar de inmunizarlos, tiraba los viales directamente a la basura.
Las acciones de esta enfermera no solo es inmoral e ilegal (en Italia ahora es obligatorio vacunar a los niños), sino que además va contra uno de los pilares fundamentales de los programas de vacunación: la inmunidad de grupo. Y es desolador porque solo hacen falta seis segundos para entender uno de los conceptos que más vidas han salvado en la historia de la humanidad.
"Las vacunas no sirven para nada"
A Cynthia Durrell nunca la vacunaron y ni falta que hizo. A su hermano mayor, sí y a sus primos. Pero cuando su madre estaba embarazada de ella, unos vecinos invitaron a sus padres a unas charlas sobre el tema y, en ellas, les explicaron que algunas vacunas podían producir autismo y otras muchas cosas.
"Había estudios en algunas de las mejores revistas científicas del mundo que lo decían", les explicaron. Y ante la duda, el señor y la señora Durrell decidieron "evitar riesgos": Cynthia no fue vacunada y no pasó nada. La niña creció sana y feliz. Como el padre solía decir: "Verla correr y jugar es la mejor demostración de que las vacunas no servían de nada".
Ellos no lo sabían, claro; pero se estaban jugando la vida de su hija a los dados. Bueno, a los dados y a que los padres que tenían a su alrededor no hicieran lo mismo.
Un argumento a favor de las vacunas
Cynthia Durrell no existe. O, mejor dicho, basta con hacer una búsqueda en internet para darse cuenta de que existen muchas Cynthias Durrells en el mundo. Demasiadas. Voluntarias y, lo que es mucho peor, involuntarias.
Y es que lo de "fulanito no está vacunado y nunca ha pillado nada" se repite una y otra vez como argumento antivacunas cuando, en realidad, es un argumento a favor de ellas. Si los Fulanitos y las Cynthias de este mundo no enferman es precisamente porque las vacunas crean una barrera social (una inmunidad de grupo) que minimiza que esos niños tomen contacto con las enfermedades infecciosas.
Aunque, lamentablemente, no siempre se consigue: las enfermedades infecciosas se extienden entre las poblaciones por una suma de factores entre los que sobresalen la capacidad de contagio de la enfermedad, las oportunidades para que se de ese contagio y el azar.
Planes de vacunación y rebaños
Contra la virulencia de la enfermedad y el azar se puede hacer poco. Por eso, los planes de vacunación tratan de reducir la segunda de esas variables: reducen las oportunidades haciendo que la mayor parte de la población sea inmune a la enfermedad.
Esto impide que puedan convertirse en vectores de la enfermedad y dejan menos espacio al azar y a los contagios inevitables. Mirad cómo el número de vacunados reduce las oportunidades de contagio y la extensión de la enfermedad.
A esto se le conoce también como 'inmunidad de rebaño' y se basa en una idea con la que todos los aficionados a los deportes de equipo estamos muy familiarizados: que juntos y bien coordinados somos mejores que cada uno por su lado. Con la diferencia sutil de que no nos jugamos un campeonato, nos jugamos el pellejo.
Nunca un pinchazo fue algo tan social
Es por esto que las vacunas, a diferencia de otros tratamientos médicos, no son un tema privado: niños pequeños, ancianos y personas con inmunodeficiencias dependen de la inmunidad del grupo para sobrevivir cuando sus fuerzas fallan. Es decir, dependen de todos nosotros.
Y sí, es cierto que las vacunas tienen riesgos. Muy pequeños, pero los tienen. Todos los tratamientos médicos los tienen. El ibuprofeno, sin ir más lejos, aumenta ligeramente el riesgo cardiaco. Pero el pacto social que se esconde tras la cartilla de vacunación es cada uno de nosotros asume ese pequeño riesgo para evitar un mal mayor.
Los movimientos antivacunas son free-riders, personas que optan por evitarse ese pequeño riesgo aprovechándose de que el riesgo lo asumen el resto de las personas. El problema es que llegado un cierto porcentaje de free-riders la inmunidad de grupo desaparece: las murallas contra la enfermedad caen y ocurren las desgracias.
Se suele decir que las vacunas han sido víctimas de su propio éxito porque hemos olvidado ese 'mal mayor'. Hemos olvidado cómo era el mundo donde la viruela campaba a sus anchas por el mundo destruyendo regiones enteras, hemos olvidado que muchas culturas no ponían nombres a sus niños hasta que pasaban las peores enfermedades infantiles para no encariñarse con ellos y hemos olvidado que lo preocupante no es la perversidad de las enfermedades, sino que dejemos de combatirlas.
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