Muchas generaciones de alumnos de educación física hemos tenido que superar (o no) el test de Cooper en algún momento durante las clases de esta asignatura. En este artículo explicaremos qué es y en qué consiste este test y valoraremos sus aplicaciones prácticas en el contexto estudiantil.
¿Qué es el test de Cooper?
El test de Cooper es una prueba de resistencia de máximo esfuerzo diseñada en 1968 por Kenneth H. Cooper para el ejército de los Estados Unidos.
Esta prueba tiene como objetivo medir la capacidad máxima aeróbica de media duración en base a la distancia máxima recorrida en un tiempo de 12 minutos. Estos datos estarán relacionados con el consumo máximo de oxígeno o VO2 máx.
¿En qué consiste el test de Cooper?
Como decíamos, el test de Cooper consiste en recorrer la máxima distancia posible en un tiempo de 12 minutos. Dado que es un test de esfuerzo máximo que se extiende hasta el agotamiento, se sobreentiende que el practicante de la prueba reúne ciertos requisitos mínimos de condición física para su realización.
Además, el test en niños no debería aplicarse puesto que su sistema cardiovascular no está desarrollado al completo y no existen valores estandarizados de esta prueba para esta población.
Sea como fuere, los resultados del test se comparan con unas tablas por edad y metros recorridos.
Antes de su realización se recomienda realizar un calentamiento suave como por ejemplo un ligero trote durante un kilómetro, usar calzado ergonómico, elegir una superficie sin irregularidades y no detenerse de forma abrupta tras la finalización de la prueba.
¿Es correcto aplicar el test de Cooper en el colegio?
Teniendo en cuenta que se diseñó para una población adulta con altos niveles de preparación previa como son los soldados del ejército estadounidense, podríamos decir que no.
Los tests de esfuerzo máximo como el de Cooper deberían restringirse a atletas preparados y preferiblemente bajo supervisión médica y monitorización adecuadas. Usar estos modelos de test de esfuerzos máximos en el ámbito escolar no solo presenta más riesgos sino que puede causar un gran rechazo por parte del alumno, sobre todo de los menos capaces. Si a lo anterior ya le añadimos una cota mínima para aprobar, es todo un despropósito pedagógico.
Es cierto que al profesor los datos recabados le pueden servir como aproximación del consumo máximo de oxígeno de cada alumno, pero...¿para qué? Podría tener un sentido pedagógico si se hiciera una medición previa durante el curso y después se entrenara y se animara al alumno a mejorar los resultados en otra prueba posterior pero como decíamos, el carácter de esfuerzo máximo está contraindicado, sobre todo cuando hablamos de un grupo tan heterogéneo como es un clase de alumnos.
Así pues, existen mejores opciones para medir los niveles de condición física del alumnado a través de tests de esfuerzos submáximos. Pero sea como fuere, si detrás no hay un trabajo por parte del profesorado de educación física que anime y programe sesiones para el alumnado para mejorar esta condición física, la realización de estas pruebas carece de aplicación práctica, sobre todo si además se utilizan como medida de calificación.
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